“Me integré en la tienda de mi padre con 14 años, fregando como un tonto. Como anécdota, contaré que me saqué una almohadilla del Santiago Bernabeu debajo de la gabardina que llevaba a ver los partidos. Los suelos antes se fregaban encima de un periódico, te dejabas las rodillas y yo me ponía aquella almohadilla que me parecía un auténtico sillón de orejas”.
Así es Paco, como todos le conocemos en Federación. Un carnicero con un sentido del humor excelente, cuya vida siempre de una forma u otra ha estado ligada a Fedecarne. Profesor de la Escuela desde el año 91, hoy jubilado, este gran amigo y colaborador, nos cuenta con un derroche de simpatía, anécdotas geniales de su historia, en las que seguro, muchos de los profesionales verán reflejada la suya propia.
“Mi abuelo fue carnicero y mi padre cogió el establecimiento de mi abuelo en Marqués de Urquijo, 25, tras contraer matrimonio con mi madre, en el año 40, nos relata Paco. Un año después del enlace y al mismo tiempo que el Rey Alfonso XIII abdicaba sus derechos al trono en su hijo Juan de Borbón, vine yo al mundo”.
Su infancia fue como como la de cualquier chaval de la época. Jugaba y compaginaba sus estudios con las lecturas heroicas del Guerrero del Antifaz o el Capitán Trueno. Recuerda de sus primeros años, con 12 ó 13 años, mientras estudiaba, ayudar en el negocio. Su padre tenía dos chicos para el reparto y él se unía a ellos a mediodía, antes de comer y volver al colegio. También acudía al Matadero con su padre, al cual por entonces se iba dos veces.
Su biografía y la profesión por tanto le vienen rodadas. Su madre quería que estudiase, pero Paco una vez finalizado el Bachiller Elemental, con 14 años decidió que lo suyo no era perseguir una Licenciatura. Comienza así una nueva etapa en su vida, involucrándose poco a poco en el negocio familiar y cogiendo afición a la Carnicería-Salchichería Rodríguez, nombre por entonces del establecimiento.
Recuerda con dolor de sus primeros años, lo que se llamaba sacar género del hielo. Apunta que era de una de las cosas más ingratas del oficio en aquella época: “Las terneras venían a la carnicería con piel, había que desollarlas. Entonces no había frigoríficos y para que la carne se secase, había que meterla en arcones con hielo. Se ponía una capa de carne, un pañito blanco encima y una capa de hielo y así sucesivamente. Cuando a las siete de la mañana volvías del matadero y sacabas aquello, los dedos se te caían a trozos. Era un oficio increíble, pero muy duro”.
Entonces había dos mercados. El de vacuno a las dos del mediodía y el de terneras, corderos y cerdos a las seis de la mañana. Entonces no había coche, se juntaban los carniceros de la zona e iban y volvían todos juntos en taxi. La relación con los compañeros era diferente. Se conocían todos.
Recuerda de sus visitas al matadero de Madrid ir con su padre por los corrales y verle realizar con las llaves de casa una especie de muesca sobre el cuero del cerdo que compraba. Esa marca era un distintivo que posteriormente le ayudaba a identificar el animal adquirido después del sacrificio.
Y también rememora el trato con la clientela, el cual por entonces era de lo más familiar.
“Los barrios eran como pueblos, había un cariño, y una comunicación increíble y las desgracias, así como las alegrías eran compartidas por todos sus vecinos: Nos enteramos, que había sorteado la mili, y al hijo de la Señora Julia le había tocado África, y eso fue un disgusto para todos en la calle”.
Otra anécdota que se le viene a la cabeza son las celebraciones de la vigilia de los viernes de Cuaresma. Su carnicería estaba al lado de la Iglesia del Corazón de María. “Y no entraba ni el tato, entre otras cosas para que no te vieran, la postguerra tenía estas cosas. Aprovechaban entonces para hacer zafarrancho en la tienda y fundir la manteca de los cerdos sacrificados. Tenían una especie de obrador con un caldero de cobre en el cual se fundía la manteca con carbón. Ese día era una fiesta”.
El año 68, marca un punto de inflexión en su vida. Fallece su padre y se pone totalmente al frente del establecimiento. Estos años, junto con los 70 y 80, supusieron para el sector años muy buenos. Paco nos comenta que literalmente se mataba a trabajar, pero que fueron años excelentes. Pero a finales de los 80, circunstancias sociales, como la inauguración de El Corte Inglés de Princesa y la puesta en marcha del Bus vao fueron robándole parcelas de venta.
Maestro de la Escuela de la Carne
Intenta aguantar el declive, pero en el verano del 91, con 50 años, decide que no puede seguir con la tienda y echa el cierre para convertirse de manera fortuita en profesor de Fedecarne de la cual había sido asociado desde siempre. Su padre había pertenecido a La Radical en sus orígenes y la calidad de asociado le había sido heredada, junto a la carnicería. Y el 1 de noviembre del 91 entra a formar parte de la Federación.
Una de las conquistas del sector había sido no trabajar el sábado por la tarde, pero ahora además podía dormir hasta tarde los sábados por la mañana. “Fueron años de no parar, pero muy felices. Acostumbrado a la vida laboral de carnicero, esta nueva etapa era increíble. La disfruté muchísimo».
Ser profesor ha supuesto en la vida de Paco un enorme prestigio. Afirma que Fedecarne no es que le haya hecho mejor profesional, sino que le ha hecho Profesional y como hoy, 61 años después de sus inicios, ya jubilado, se siente aún Carnicero y orgulloso de haber seguido los pasos de su padre.