Las circunstancias que nos encontramos los chavales de mi generación, la de los años 80, cuando al fin acabamos la EGB (el que tuvo esa suerte) son totalmente diferentes a las actuales. En esos tiempos la necesidad de trabajar y ayudar a la economía familiar era real. Esto también nos hizo madurar mucho más rápido que el resto de nuestros amigos, esos que podían seguir estudiando. En muchas ocasiones comenzar como aprendiz en alguna carnicería de calle, de mercado municipal o galería comercial, hacía que nuestros padres se sintieran tranquilos y afortunados, el chaval por fin está aprendiendo un oficio, una profesión.
En esos días teníamos reservado lo más duro del oficio: barrer, fregar sin agua caliente, deshuesar cabezas de cerdo, de vaca o de choto. El siguiente paso era aprender a cortar filetes, haciendo muñeca, con el sebo que utilizábamos para arreglar los tajos de madera.
El mundo alrededor del mostrador de una carnicería era bien sencillo: vacuno, ovino, porcino. Visto con la frialdad y objetividad que da el paso del tiempo, diría que hasta relativamente fácil y lo que es más importante, rentable. Pero todo eso ha cambiado. Y fue bonito mientras duró, no lo niego.
Desde hace tiempo lo sabemos y lo sufrimos. Si queremos seguir en esta actividad o en cualquier otra «tenemos que aprender a desaprender lo que hemos aprendido» y empezar a trabajar utilizando todas las herramientas y tecnologías que están a nuestro alcance. Las que nos permiten cumplir el objetivo final, que no es otro que hacer económicamente rentable nuestra actividad. Lo que es lo mismo, pagar a nuestros empleados, proveedores, impuestos, suministros, averías e imprevistos (que nunca faltan), rentabilizar la inversión y que además sobre algo de dinero, algo cada vez más difícil.
¿Os imagináis a un emprendedor en pleno siglo XXI, utilizando un tren de vapor para viajar de Madrid a Barcelona existiendo el AVE? ¿Sería rentable? No, se quedaría fuera del mercado condenando al cierre de su empresa y en la mayoría de los casos, su proyecto de vida. En la necesidad de avanzar por ese camino, tenemos un gran abanico de oportunidades para dar un toque especial y poner «la firma», «el saber hacer» a la elaboración de nuestros productos artesanos.
Y la lista puede ser interminable: hamburguesas, cachopos, filetes empanados, san jacobos, salchichas, chorizos, butifarras, los diferentes adobos, nuggets de pollo, delicias, supremas, brochetas, pinchos morunos, albóndigas…
Está claro que vivimos «malos momentos para la lírica». Si hay un sector en este país acostumbrado a lidiar con los vaivenes económicos, es el nuestro. Hasta sufrimos una crisis en carne propia (nunca mejor dicho) la de las vacas locas. Lo dicho, o nos adaptamos rápidamente a los hábitos y costumbres del consumidor del siglo XXI o formaremos parte de la historia del siglo XX.
Artículo publicado en la revista La Carne. Haz click aquí para suscribirte.