A mi juicio, un oficio ha de contar, entre otros, con estos tres ingredientes: destreza manual, vocación y propósito. A priori, su pervivencia no tendría por qué tener demasiadas dificultades, pero no será fácil. Una de las causas de la creciente desaparición de los oficios radica en no saber apreciar las diferencias entre objetivo y resultado.
Así, la destreza manual ha sido sustituida por los procesos industrializados. Los impresores, encuadernadores, ebanistas, carpinteros, sastres, carniceros, colchoneros… han sido superados, bien por los automatismos de una tecnología enfocada al resultado, o bien se están diluyendo ante formas de comercialización imposibles de combatir, que igualmente están enfocadas al todopoderoso resultado.
La vocación también ha sucumbido ante resultado. Es decir, se ha pasado de elegir los estudios o el trabajo porque se siente la llamada de aquella actividad que te puede hacer fluir, a optar por aquella que se cree que tiene mejor “salida”
Los oficios solían dar significado y propósito a las personas que los ejercían. Un panadero sabía que su responsabilidad ante la comunidad era abastecer de pan a todos los vecinos, incluso a aquellos a los que no era rentable llevárselo.
Los que desarrollaban los oficios, permítanme generalizar, tenían un claro enfoque al objetivo y no al resultado. Para la mayoría de ellos, la obtención del lógico beneficio era una consecuencia y no un fin.
Pero la desaparición de los oficios no es ni buena ni mala, sencillamente es. Es nuestro juicio sobre este hecho lo que lo convierte en positivo o negativo. Hemos de ser conscientes de que un mismo suceso puede ser considerado de manera diferente en función de los intereses del observador.
A veces nos identificamos tanto con lo que hacemos que podemos llegar a confundir lo que somos. Cuántas veces escuchamos eso de “la empresa es mi vida”. Si damos por buena esta afirmación podemos llegar a creer que si nos quedamos sin empresa nos quedamos sin vida. Y eso no es así.
Quiero decirles que ustedes no son carniceros, son seres humanos que ejercen esa actividad. Si mañana se viesen obligados a abandonar este oficio y optaran por otro, serían los mismos seres humanos que antes. Nada cambia salvo su actividad.
Considero que llevamos años sustituyendo las referencias espirituales por las puramente materiales. La sociedad parece creer que la conservación de la vida y lo material constituyen el bien supremo, sin darse cuenta de que esta es una creencia de perdedores. Ambas cosas las vamos a dejar aquí.
Mientras no seamos capaces de entender que el bien supremo es la paz interior y que estamos aquí de paso, nada va a cambiar. Cuando ya estemos en el último instante de nuestras vidas y dispuestos a marchar, nos preguntemos ¿Qué tal te lo has pasado? Sería ideal que pudiéramos contestar: “he disfrutado cada uno de los momentos de mi vida”. Esto solo será posible si abandonamos el enfoque al resultado material y buscamos nuestro equilibrio entre lo que nos da de comer y aquello que verdaderamente nos dé de vivir.
Artículo publicado en la revista La Carne. Haz click aquí para suscribirte.